MF:
Los muebles predominan en tu obra: armarios de madera con camisas
y vestidos encerados en cemento que se ven a través de puertas
de cristal; el somier vacío, cómodas con los cajones
sellados con cemento. Dispones estas piezas en diferentes configuraciones
dependiendo del espacio en el que se van a exhibir.
DS: Es únicamente en un espacio particular que el
espectador puede establecer una relación con la imagen que
presento. Solo en la silenciosa contemplación del espectador,
puede surgir algún aspecto de la experiencia de la víctima.
Por esto, considero que todas mis piezas están sin terminar
cuando salen del estudio. Están terminadas cuando se colocan
en un sitio específico. Entonces cierra la exhibición,
y la pieza se puede reensamblar en diferentes espacios. No hay ningún
tipo de cierre a este nivel.
MF: Hay una tensión extraordinaria en tu obra entre
la noción de espacio público compartido y un fuerte
sentido del desplazamiento. Has amontonado estas piezas en espacios
cavernosos (incluyendo catedrales), las has esparcido por galerías
en formaciones solitarias, y las has colocado bloqueando puertas
y pasillos.
DS: Mi tarea es hacer hablar los diferentes elementos que
me han sido dados por individuos que generosamente me cuentan sus
historias. Esa es la razón por la cual intento ponerme en
el lugar de la víctima y trabajar con los materiales que
estas personas tienen a mano. Entonces elaboro estos materiales
con rasgos relacionados a experiencias extremas de la víctima.
La experiencia de estos individuos marginales es invisible al resto
de la población, que prefiere ignorar lo que sucede; por
eso el lugar en el espacio está directamente relacionado
a la precaria posición que estos individuos ocupan en nuestra
sociedad.
Como decíamos antes, llamo la atención hacia la vida
que ha sido destruida, que está siendo destruida mientras
hablamos. Hago esto en parte despojando a los objetos de su función,
cambiando su contexto.
MF: Una de tus piezas más extraordinarias, quizás
debería decir extremas, es La Túnica del Huérfano,
inspirada originalmente por tu entrevista con una niña de
seis años cuya madre había sido asesinada delante
de ella. Durante días, de acuerdo con tu relato, esta niña
se negó a quitarse el vestido que llevaba puesto cuando ocurrió,
un vestido que la había hecho su madre. La obra de la cual
hablamos, sorprendentemente, una mesa de madera, cuya superficie
desprende luz, como si bañada en luz de luna. Mirando de
cerca, vemos que la superficie está recubierta por una fina
membrana de seda blanca, que cae desigualmente alrededor de las
patas de la mesa. La superficie de madera está agujereada
en muchos sitios; los hilos de seda y cabello humano están
literalmente cosidos a esta red de pequeñas heridas. Has
tomado la narrativa de este suceso, que se centra en el vestido
de la niña, y lo has ampliado con la mesa para englobar un
espectro completo de unidad familiar. La confección en si
es un ritual de pena. Es tan esmerado, tan difícil, que no
puedo pero pensar en la penitencia. ¿Es eso una exageración?
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Detalle
de La Casa Viuda IV, 1994
Madera, tela y huesos
257.5X46.5X33 cm
Cortesía Alexander and Bonin, New York
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