El
16 de Mayo, la administración de Bush anuncia La Iniciativa
Regional Andina, requiriendo alrededor de $882 millones de
presupuesto para dar asistencia a Colombia y seis países
vecinos Ecuador, Venezuela, Panamá, Perú,
Bolivia y Brasil.
La declaración pública del Departamento de Estado
dicta la racionalización detrás del nuevo esfuerzo:
" En contraste con el suplemento del Plan Colombia del
año pasado, menos de la mitad de las ayudas irá
a Colombia y solamente la mitad se dirigirá a la asistencia
de las fuerzas del orden y seguridad. Ya hemos dado noticia
de esta iniciativa en términos generales a otros donantes
y las naciones que lo perciben y ha sido bien acogido."
Así, la administración Bush buscó sosegar
la feroz oposición generada en Europa y Latino América
hace un año con el paquete de ayudas anti-droga mayoritariamente
militares, de $1.3 billones a Colombia.
Aun no está totalmente claro hasta qué punto
el nuevo "método regional" en realidad representa
un alejamiento a la contribución Estadounidense al
Plan Colombia del pasado año. Con seguridad, en términos
de relaciones publicas, apaciguará algunas de las críticas
hacia la política de EE.UU. en Colombia ( especialmente
las preocupaciones de un desbordamiento hacia países
vecinos). Pero en términos de política sustantivos,
el método Bush difiere poco de lo que fue aprobado
el año pasado por la administración de Clinton.
Entonces, al igual que ahora, la crisis Colombiana se ve principalmente
como una crisis de drogas y la receta usual una mezcla
de erradicación, desarrollo alternativo, y programas
de fortalecimiento de las instituciones.
La diferencia ahora, claro, es un mejor equilibrio entre los
componentes militares y los sociales, y el hecho que los fondos
serán mas equitativamente repartidos entre los países
de la región.
La Iniciativa Regional Andina parece reflejar la decisión
tomada por la administración de Bush de retrasar un
repaso serio de cómo los EE.UU. deberían responder
al deterioro de la situación en Colombia. Como la administración
del presidente Andrés Pastrana está en su ultima
etapa con un nuevo presidente electo que tomará
el mando en Agosto del 2002 seguramente tiene poco
sentido político alterar significativamente la actual
política llevada a cabo.
Aun así, salvo un logro inesperado, en algún
momento la administración de Bush seguramente considerara
una gama de opciones políticas dirigidas a la crisis
Colombiana. Es instructivo examinar al menos algunas de estas
posibilidades y sus escenarios correspondientes, con el objetivo
de identificar los elementos que se podrían juntar
para construir una política coherente y constructiva
a largo plazo de EE.UU. en Colombia.
Aunque la opción de una retirada gradual es poco probable
por una serie de razones, el análisis de esta alternativa
política es un ejercicio útil que por lo menos
sirve para agudizar los argumentos y demostrar la necesidad
para la continuación de la participación
en Colombia. Es tentador observar la profunda y incesante
crisis en el país Andino y concluir como sin
duda algunos han hecho que para los EE.UU. sería
mejor no involucrarse de ninguna manera. La situación
es simplemente demasiado compleja, liada, y abrumadora. Los
EE.UU. no entienden a Colombia y nunca lo harán. Hay
demasiados riesgos, y no lo suficiente en juego para los EE.UU.
Quizás tendría sentido, como dice el argumento,
"dejarlo."
Este punto de vista tiene cierto atractivo, especialmente
si uno da una importancia prioritaria a mantener a los EE.UU.
lo menos "manchada" posible. El problema es, claramente,
que las recetas políticas tienen sus consecuencias.
En este caso, si los EE.UU. retiraran su apoyo, es una apuesta
razonable que la situación sin ley y la inseguridad
que tiene Colombia empeoraría, produciendo mayores
niveles de violencia y una tragedia humana mayor.
De hecho, si se extrapolara la dinámica actual
la creciente fuerza económica de ambos los grupos paramilitares
y las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias Colombianas),
el crecimiento de la criminalidad, todo aprovisionado por
la economía de la droga la situación
que emerge es calamitosa.
El problema fundamental, es la inhabilidad del gobierno Colombiano
de proteger a sus ciudadanos se exacerba. Aunque se
puede argumentar que a corto plazo el deterioro afectará
principalmente a Colombia y un poco menos a sus vecinos, a
largo plazo, los EE.UU. sus intereses básicos
y valores profundos serían profundamente afectados
de muchas maneras.
El empeoramiento de la tragedia Colombiana los agudos
problemas humanitarios y de derechos humanos del país
son incuestionables exigen una participación
positiva de los EE.UU. La democracia más antigua de
Sur América está en peligro y los EE.UU. consistentes
con su compromiso a los valores democráticos, tiene
los medios y la responsabilidad de frenar esta espiral negativa.
Esta crisis, a demás, socava el objetivo más
amplio de crear en el hemisferio una comunidad más
segura, democrática y prospera.
Otros intereses claves de los EE.UU. también están
en riesgo. Primero, el deterioro de Colombia podría
continuar aumentando el conflicto mas allá de sus fronteras,
causando inestabilidad en una región que es cada vez
más incierta en términos políticos y
económicos. Segundo, Colombia es la cuarta economía
de Sur América y el quinto mercado de exportaciones
de EE.UU. en Latino América, convirtiéndola
en un fuerte y valorado aliado en la región. Tercero,
Colombia produce entre el 80 y 90% de la cocaína y
dos tercios de la heroína consumida en los EE.UU. y
como resultado, es un vital aliado en la lucha contra el problema
de la droga. Finalmente, el empeoramiento de las condiciones
en Colombia bien podrían provocar un aún mayor
éxodo del país. En los últimos cinco
años, mas de un millón de Colombianos han emigrado,
siendo su destino principal los EE.UU.
Los probables efectos de una retirada completa de los EE.UU.
de Colombia pueden ser temibles de contemplar. Adoptar este
curso de acción sería una irresponsabilidad.
Más bien, el reto de los EE.UU. es encontrar la mejor
manera de habilitar al gobierno de Colombia a proteger a sus
ciudadanos, de acuerdo con los principios democráticos
y la regla de la ley. Nadie lo cree fácil, y de hecho
muchos dudan (con razón) si es factible. Aún
así, es imperativo intentarlo.
En la vista de la historia de Colombia, no hay duda que para
que el estado lleve a cabo su función legítima,
hay una tarea formidable y a largo plazo. De hecho el estado
Colombiano ha sido débil históricamente, teniendo
poco control sobre su territorio nacional. El reto es también
impresionantemente extenso, englobando política social,
desarrollo económico, y reformas políticas,
además hay un importante problema de orden publico,
reflejado en las ahora conocidas, estadísticas chocantes
de importantes incrementos en el número de desplazados
internos, asesinatos, secuestros y violencia relacionada.
En estas categorías horrorosas, Colombia ha logrado
batir un número de marcas mundiales (incluyendo a mas
de 3.000 secuestros el pasado año). No es nada claro
como Colombia puede dirigirse a su amplia agenda social y
institucional entre tal caos.
Similarmente, desde una perspectiva de derechos humanos, es
difícil imaginar un escenario optimista en Colombia
a menos que el estado empiece a reafirmar su control y autoridad
legítima en el país. Y es igualmente difícil
imaginar que el estado podrá hacerlo por sí
solo, sin una participación externa considerable, una
mezcla correcta de presión y apoyo. En este contexto,
el papel de los EE.UU. es fundamental, y hasta ineludible.
Dos caminos cruciales una asistencia amplia por un
lado y apoyo político por el otro- deben ser seguidos
simultáneamente y con habilidad.
Para poder responder a la urgencia de la situación
en Colombia, un apoyo de seguridad significativo es esencial
y únicamente puede llegar de los EE.UU. Los países
Europeos no pueden ni están dispuestos a dar tal asistencia.
Es seguro que, críticos de las ayudas de EE.UU. están,
con razón, preocupados por los ampliamente documentados
lazos entre el ejército Colombiano y los grupos paramilitares,
con el telón de fondo del inquietante historial de
la participación militar Estadounidense en Latino América.
El temor es que las ayudas de seguridad puedan ser usadas,
aunque indirectamente, para financiar la "guerra sucia"
del país. Aun así debido que la opción
de retirada probablemente extendería notablemente el
conflicto en Colombia, tiene más sentido centrarse
en cómo los EE.UU. podrían utilizar su influencia
y poder, de una manera positiva. Ésto no significaría
únicamente aplicar la presión necesaria para
cortar los lazos ejército / paramilitares, sino también
instar a las fuerzas de seguridad Colombianas a llevar a cabo
su correcta función en una sociedad democrática,
controlando a todos los participantes que están obrando
ilegalmente.
Es importante reconocer que, bajo la administración
Pastrana, los Colombianos ya han tomado pasos en esta dirección
positiva. Aunque todavía demasiado inusuales, ha habido
algunas confrontaciones entre el ejército y las fuerzas
paramilitares. También se ha dado un incremento en
el número de detenciones y destituciones de oficiales
del ejército debido a lazos con los paramilitares.
Según el estudio del departamento de estado Informe
de Prácticas de Derechos Humanos en 2000 Países,
"desde 1997 hasta el final de Octubre del 2000, 934 miembros
de grupos paramilitares han sido capturados, y 150 han sido
matados. El Ministerio de Defensa informa que durante ese
año las fuerzas de seguridad mataron a 89 miembros
de grupos paramilitares y capturaron a 315. En 1999 el ejército
informó que mató a 26 miembros de grupos paramilitares
y capturó a 102 durante ese año." Los esfuerzos
de perseguir con seriedad a los grupos paramilitares acaban
de comenzar, y sin duda se necesita hacer mucho más.
Pero es difícil negar que hasta el punto que haya habido
cualquier progreso en este frente, puede ser substancialmente
atribuido a la participación de EE.UU., y en menor
medida a la presión internacional sobre el gobierno
de Colombia.
El problema principal es, sin embargo, que las actuales ayudas
de seguridad provistas por los EE.UU. no se están disponiendo
de una manera en la que mejor pueden contribuir a la paz y
reconciliación de Colombia. De hecho, aunque Colombia
es el tercer receptor de ayudas de seguridad en el mundo (
detrás de Israel y Egipto), hay pocos indicios de cualquier
tipo de conceptos de guías estratégicas. En
vez de eso, el paquete de ayudas de $1,3 billones aprobado
para Colombia el año pasado la contribución
de EE.UU. al más amplio multi-anual Plan Colombia de
7,5 billones es, como se ha dicho con anterioridad
en su mayor parte un programa militar anti-droga. Esta política
responde menos a la realidad de Colombia que a la realidad
y las presiones de la política nacional de EE.UU. Hasta
el punto que si la ayuda tiene alguna conexión con
el objetivo clave de ayudar a Colombia a proteger a sus ciudadanos,
es mayoritariamente indirecto y principalmente una racionalización
para justificar la persecución de la última
pieza del rompecabezas Colombiano que más importa a
los oficiales Estadounidenses las drogas.
Las ayudas actuales a Colombia destacan la fórmula
anti-droga común de los EE.UU.: erradicación
y interdicción. Es dudoso que tal fórmula tenga
un efecto positivo en ayudar, aunque sea levemente, a reducir
el flujo de drogas hacia EE.UU. . Pero también parece
evidente que enfocar las ayudas hacia la compra de caros helicópteros
y entrenar a unos cuantos batallones anti-narcóticos
para hacerse con los campos de cultivo de coca en el sur de
Colombia está lejos de ser la mejor forma de dar la
vuelta a la sin ley prevaleciente y el continuo deterioro
del país. De hecho hay suficientes pruebas de que la
fumigación es a menudo contra producente, ayudando
a poner a los cultivadores de coca en manos de las fuerzas
fuera de la ley, bien sean de derechas, o de izquierdas.
La ayuda de EE.UU. está desencaminada y necesita ser
considerablemente reformada y replanteada. Para poder cambiar
el estrecho enfoque sobre las drogas y ayudar a los Colombianos
a tratar su urgente problema de orden público, el énfasis
estratégico de la política Estadounidense en
Colombia debería a lo contrario ser, a corto plazo,
promover la profesionalización de las fuerzas de seguridad.
De la profesionalización transciende el dilema anti-droga/contrinsurgencia
que con frecuencia sale a la luz en los debates de política
sobre Colombia. Los críticos a menudo reclaman que
la motivación política de EE.UU. es una derrota
militar de las guerrillas, usando la lucha contra las drogas
como un pretexto. Pero reorientar la política de EE.UU.
de una manera que pone más énfasis en reafirmar
la autoridad en un contexto democrático sería
un cambio bienvenido y algo bastante diferente que
un método anti-droga o de contrainsurgencia. Para poder
llevar a cabo este esfuerzo de profesionalización,
los EE.UU. debería centrarse menos en aportar material
bélico, y más en formación, reestructura
del ejército, recolección de información,
y de establecer mecanismos de vigilancia efectivos.
Más importante aún es que, la profesionalización
sería un paso necesario para reforzar el estado Colombiano,
lo cual ayudaría al país a llegar a un acuerdo
de paz en este conflicto de décadas. Fuerzas de seguridad
de mayor profesionalidad mayor capacidad y crucialmente
una adherencia completa a las normas de conducta de derechos
humanos bien podrían cambiar la dinámica
del conflicto, alterando los cálculos de las FARC y
haciéndoles más propensos a negociar de buena
fe.
Está claro que los EE.UU. cortaron las ayudas al ejército
debido a denuncias de abusos de derechos humanos y a la extensa
corrupción. En cambio, el apoyo se dirigió hacia
la Policía Nacional de Colombia para propósitos
anti-droga. Pero este apoyo, todavía equivocadamente
dirigido a la lucha contra las drogas, demostró ser
inadecuado para tratar con el problema yaciente del crecimiento
del desorden. El objetivo global de la política de
EE.UU. en Colombia debería ser, al contrario, incrementar
la capacidad de las fuerzas de seguridad de restaurar y mantener
el orden público y también incrementar la disciplina
de los soldados y hacerles más responsables de sus
acciones.
Para ser efectivas, estas asistencias deberían ser
complementadas con unas ayudas mantenidas a largo plazo para
otros temas distintos a la seguridad. Un apoyo mayor para
el refuerzo de las instituciones incluyendo una reforma
judicial, esfuerzos de la regla de la ley dirigidos a reforzar
las garantías de derechos humanos y en reducir la corrupción-
son esenciales para asegurar que los acusados de violar derechos
humanos sean enjuiciados adecuadamente. Los EE.UU. también
deberían ofrecer un apoyo económico sostenido
con ventajas especiales en el comercio para poder acceder
a los mercados de EE.UU. para ayudar a Colombia a tratar
sus numerosos problemas sociales. Ayudas humanitarias y una
alternativa bien planeada de desarrollo de programas alternativos
y sociales, dirigidas a las desigualdades subyacentes en temas
de educación, salud y reparto de tierras también
deberían ser prioritarios.
En términos políticos prácticos tiene
sentido concentrar las engrías para ir más allá
del actual paquete de estrecho enfoque y intentar crear un
consenso detrás de una estrategia más constructiva
de EE.UU. en Colombia. Empezar de cero la sugerencia
dada por algunos críticos de la política de
EE.UU. no es factible. Además corre el riesgo
de que en la política anteriormente mencionada de una
retirada gradual, aunque improbable, no puede ser totalmente
descartada dadas las tendencias de la política exterior
de la administración de Bush. Como ha sido discutido
antes, esto sería lamentable, y más bien dañino
y con consecuencias más severas en derechos
humanos como el maltrecho y decepcionante paquete de
ayudas implantado en la actualidad. En resumen, las opciones,
no son muy atractivas.
Es seguro que será muy difícil intentar conseguir
que los dirigentes de Washington diseñen y den forma
a las ayudas de EE.UU. de una manera que contribuya a reforzar
las instituciones democráticas en Colombia. Quizás
más difícil aún es la tarea de dar energía
a Washington para que juegue un papel diplomático esencial
pero no necesariamente muy visible catalizador
para ayudar al Gobierno Colombiano a lograr una solución
política a su conflicto. Muchos legisladores dan poca
prioridad política a Colombia ( y a Latino América
en general) prestan mas atención a otros puntos problemáticos
del mundo, y equivocadamente creen que las agencias a cargo
del problema de la droga van a resolver la situación.
De hecho, las evidencias distan de dar ánimos. Después
de la reunión Cumbre de las Américas de dirigentes
del hemisferio en Québec el 22 de Abril, el presidente
Bush afirmó, "Esta en manos del presidente Pastrana
conseguir la paz. Una vez conseguida estaremos a su lado."
Tan notable pasividad es profundamente preocupante. La administración
de Bush necesita involucrarse política y diplomáticamente
para ayudar a los Colombianos a diseñar una estrategia
y crear un consenso nacional para avanzar lo que es en su
mejor estado un esfuerzo de paz tambaleante entre el gobierno,
y ambas las FARC y el ELN (Ejercito de Liberación Nacional)
La segunda fuerza rebelde del país. Con las elecciones
presidenciales de Colombia a menos de un año, no se
puede esperar que Pastrana consiga mucho progreso en este
frente antes de finalizar su mandato. Mientras tanto, sin
embargo, los EE.UU. no debería quedarse en el banquillo
y simplemente esperar un avance en las estancadas negociaciones,
como sugiere el comentario de Bush.
Más bien, los EE.UU. deberían movilizar el apoyo
dentro de la Naciones Unidas vigorosamente, la Organización
de Estados Americanos, sus compañeros en Latino América
particularmente Méjico y Brasil y también
en Europa para organizar una estructura dentro de la cual
se puedan llevar a cabo negociaciones serias.
El gobierno de Colombia, por ejemplo, no debería ser
el que reúne y a demás parte del conflicto a
la vez, como lo es hoy en día, debería concentrarse
en lo segundo. Encabezando este esfuerzo multilateral, los
EE.UU. estarán haciendo participar a la comunidad internacional
y respondiendo directamente a las numerosas críticas
sobre la participación Estadounidense que han surgido
de Europa y Latino América desde la adopción
del Plan Colombia ( y que seguramente serán únicamente
temporalmente silenciadas por la Iniciativa Regional Andina).
La insatisfacción internacional con la política
actual un desacuerdo por la falta de consultas de decisiones
unilaterales en sus tratos con Colombia puede ser mitigada
con acuerdos multilaterales que destacan la creación
de consenso y de diálogo. Como a sido demostrado en
otros conflictos en el mundo, la participación internacional
sostenida es crítica para que un proceso de paz tambaleante
tenga alguna posibilidad de seguir adelante.
Con la posible excepción de Cuba y Méjico, Latino
América no tiene normalmente la constante atención
de alto nivel mas comúnmente acordada a Medio Oriente
o Europa. Aun así Colombia requiere precisamente ese
tipo de atención, plantea una de las pruebas más
formidables en la política exterior de la administración
de Bush. La gran pregunta es si los EE.UU. podrán hacer
frente al reto trascendiendo de su enfoque miope en la lucha
contra las drogas y en cambio ejercitar su liderazgo para
que la nación con más problemas del hemisferio,
alivie su pesadilla humanitaria y se dirija hacia a una paz
duradera.
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