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Aunque la opción de una retirada gradual es poco probable por una serie de razones, el análisis de esta alternativa política es un ejercicio útil que por lo menos sirve para agudizar los argumentos – y demostrar la necesidad – para la continuación de la participación en Colombia. Es tentador observar la profunda y incesante crisis en el país Andino y concluir – como sin duda algunos han hecho – que para los EE.UU. sería mejor no involucrarse de ninguna manera. La situación es simplemente demasiado compleja, liada, y abrumadora. Los EE.UU. no entienden a Colombia y nunca lo harán. Hay demasiados riesgos, y no lo suficiente en juego para los EE.UU. Quizás tendría sentido, como dice el argumento, "dejarlo."

Este punto de vista tiene cierto atractivo, especialmente si uno da una importancia prioritaria a mantener a los EE.UU. lo menos "manchada" posible. El problema es, claramente, que las recetas políticas tienen sus consecuencias. En este caso, si los EE.UU. retiraran su apoyo, es una apuesta razonable que la situación sin ley y la inseguridad que tiene Colombia empeoraría, produciendo mayores niveles de violencia y una tragedia humana mayor.

De hecho, si se extrapolara la dinámica actual – la creciente fuerza económica de ambos los grupos paramilitares y las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias Colombianas), el crecimiento de la criminalidad, todo aprovisionado por la economía de la droga – la situación que emerge es calamitosa.

El problema fundamental, es la inhabilidad del gobierno Colombiano de proteger a sus ciudadanos – se exacerba. Aunque se puede argumentar que a corto plazo el deterioro afectará principalmente a Colombia y un poco menos a sus vecinos, a largo plazo, los EE.UU. – sus intereses básicos y valores profundos – serían profundamente afectados de muchas maneras.

El empeoramiento de la tragedia Colombiana – los agudos problemas humanitarios y de derechos humanos del país son incuestionables – exigen una participación positiva de los EE.UU. La democracia más antigua de Sur América está en peligro y los EE.UU. consistentes con su compromiso a los valores democráticos, tiene los medios y la responsabilidad de frenar esta espiral negativa. Esta crisis, a demás, socava el objetivo más amplio de crear en el hemisferio una comunidad más segura, democrática y prospera.

Otros intereses claves de los EE.UU. también están en riesgo. Primero, el deterioro de Colombia podría continuar aumentando el conflicto mas allá de sus fronteras, causando inestabilidad en una región que es cada vez más incierta en términos políticos y económicos. Segundo, Colombia es la cuarta economía de Sur América y el quinto mercado de exportaciones de EE.UU. en Latino América, convirtiéndola en un fuerte y valorado aliado en la región. Tercero, Colombia produce entre el 80 y 90% de la cocaína y dos tercios de la heroína consumida en los EE.UU. y como resultado, es un vital aliado en la lucha contra el problema de la droga. Finalmente, el empeoramiento de las condiciones en Colombia bien podrían provocar un aún mayor éxodo del país. En los últimos cinco años, mas de un millón de Colombianos han emigrado, siendo su destino principal los EE.UU.

Los probables efectos de una retirada completa de los EE.UU. de Colombia pueden ser temibles de contemplar. Adoptar este curso de acción sería una irresponsabilidad. Más bien, el reto de los EE.UU. es encontrar la mejor manera de habilitar al gobierno de Colombia a proteger a sus ciudadanos, de acuerdo con los principios democráticos y la regla de la ley. Nadie lo cree fácil, y de hecho muchos dudan (con razón) si es factible. Aún así, es imperativo intentarlo.


Los EE.UU. Fomentan la Guerra Colombiana
Daniel García-Peña argumenta que el Plan Colombia "da la imagen que los Estados Unidos, más que apostar por el proceso de paz está gastando dinero en escalar la guerra."


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